En un salón de Roma donde se reunían para conversar unos extranjeros, cayó la conversación sobre fenómenos de orden espiritual: la doble visión, los sueños proféticos, las apariciones de los muertos, etc.

Cada uno tenía su historia para contar; y la más interesante fue sin duda la de la condesa polaca R… Así es como la contó:

<<A principios del siglo diecisiete, vivía en Polonia el Príncipe Lubomirski, de la antigua e ilustre familia de este nombre. Era un gan señor, dueño de una inmensa fortuna; tenía pajes (es un concepto que deriva de la lengua francesa y que hace referencia a quien asiste a un monarca o a un miembro de la nobleza.) y toda una corte para él solo; su influencia alcanzaba muy lejos y su nombre corría de boca en boca. Desgraciadamente le faltaba la fe.

Todos sus estudios se habían encaminado contra la religión de sus padres y en la época en que acaeció el hecho, que voy a contar, negaba la inmortalidad del alma en un escrito para la prensa. Esto constituía su ocupación favorita, empleando en ello las sutilezas de los más estudiados sofismas para defender su paradoja y las fuerzas de su talento para echar por tierra una verdad, que es la gloria y el consuelo de la naturaleza humana.

Una hermosa tarde de verano, cansado de su trabajo, quiso dar un paseo para gozar del aire libre. Lo seguían dos pajes, a cierta distancia de su castillo, les hizo señas para que le aguardaran y siguió adelante él solo por el campo. En el recodo de una senda se encontró con una mujer llorosa que caminaba detrás de un carrito arrastrado por un caballo.

  • “Buena señora”, le dijo, “¿qué le ha sucedido para llorar tan desconsolada?”
  • “Señor, tengo un gran motivo para ello. Este carro lleva a la tumba a mi pobre marido, que era mi único apoyo y todo mi consuelo en este mundo”.

Movido en compasión, el Príncipe echó mano al bolsillo, sacó una cantidad de monedas de oro y se las regaló a la pobre viuda:

  • “Tome usted, buena señora, tome estas monedas”.

Y empleando una frase común que le salió espontánea añadió sin pensar en lo que decía:

  • “Mande a celebrar Misas por su finado”.

Algunos días después, ya anochecido, estaba sentado en su despacho, levantó los ojos y vio ante sí a un hombre, cuya entrada no había advertido, y gritó:

  • “¡Hola!”.

Acudieron los criados de la dependencia contigua:

  • “Por qué habéis introducido aquí a un hombre sin anunciarlo?”.
  • “¿A quién, Príncipe? Aquí no ha entrado nadie; estáis solo”.

En efecto, aquel hombre había desaparecido.

  • “Será”, replicó Lubomirski, “una ilusión de mis ojos”.

Los criados se retiraron; pero un instante después volvió a aparecer delante de él el mismo individuo.

  • “¡Hola!”, gritó el príncipe por segunda vez.

Pero el aparecido desapareció inmediatamente y los criados quedaron aturdidos, por no saber explicarse la alucinación del amo, si no era achacándola a una congestión cerebral, causada por el exceso de trabajo. Aquel hombre fuerte no podía admitir que él fuera un visionario y se ruborizaba de parecerlo.

Mientras reflexionaba sobre aquella inexplicable aparición, presentándose por tercera vez y, al hacer el Príncipe el ademán para llamar gente, el misterioso personaje le dijo:

  • “No llaméis a nadie, lo que debo deciros no tiene que oírlo nadie más que vos; yo soy el marido de aquella pobre viuda, a la que disteis el dinero para mandar a celebrar Misas por el descanso de mi alma. Gracias a este socorro estoy en el Paraíso y, en recompensa de vuestra caridad, obtuve del Señor la Gracia de venir a deciros de su parte que el alma es inmortal”.

Al oír estas palabras el Príncipe agarró el manuscrito, lo rasgó y, sinceramente convertido, haciéndose ardiente defensor de la fe, una lumbrera de Polonia por sus virtudes y doctos escritos, que le merecieron ser llamado “el Salomón del Norte”. El manuscrito blasfemo, rasgado por la mitad, lo guarda celosamente la familia Lubomirski>>.

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